La historia aquella habla de hombres que decían refugiarse en la soledad para pensar, que inventaban excusas para disfrazar lo oscuro de su actuar. En ella se cuenta de personajes que llegaron de lugares lejanos, que apelaron a la escritura, al hablar amable y que tenían por oficio escuchar a los conquistadores de la época para guiarles en las campañas y en las grandes empresas que dirigían.
La historia aquella da fe de un encuentro que surgió de la lectura de escritos y misivas, del avance persistente y certero del extranjero que la buscó por mar y tierra con emisarios y lacayos y que al encontrarla desplegó sus dotes de seductor de palabra fácil, de frases precisas, de miradas que buscan, que habló de almas gemelas. La damisela, que también venía de lejos, no lo esperaba y ante tanto despliegue de artilugios se entregó sin mayor reparo porque se vio en él como iguales, porque se reconocieron el uno en el otro y en el mismo lenguaje, en los mismos sonidos, las mismas palabras y códigos y sin hacer nada lo encantó y se dejó encantar. Frente a toda esa transparencia bajó sus defensas, tembló sin reparos y dio paso al más bello de los cuentos.
Nueve meses duró el hechizo, nueve meses de él actuar perfecto, de cada mañana hacerle llegar a ella una carta, cada tarde un pensamiento, a mitad del día un saludo y por la noche un beso; aunque poco a poco empezó ser excepción el sábado después del almuerzo.
Pero en el último mes algo pasó con la mirada del extranjero y dejó de perderse en la de ella y le comenzó a hablar del peligro de las miradas que traspasan y del crear dependencias, entonces se tornó evasivo, nervioso y un día algo desató en el reacciones extrañas, se vio temeroso, perdido, ansioso como si un fantasma hubiera aparecido, como si tuviera miedo de sus sentimientos y tuviera que enfrentarse a su vida. Cambio el tono de voz y su acento se hizo más rígido. Empezó a dar excusas, a hacer notorios los días de ausencia.
La damisela percibía el cambio mientras le llegaban dardos envenenados cuando salía a dar algún paseo. Ella escuchaba atenta sus narraciones, el contaba muchos sucesos, detalles, daba nombres y ella se imaginaba la historia, entendía los hechos y un día sin más le contó al extranjero que ella sabía la verdad y el la negó por entero.
En sus viajes las misivas ya no llegaban tan seguidas o apenas eran saludos y la penúltima vez lejos, en su terruño, algo debió ocurrirle porque el extranjero que siempre en su vida había tenido ángeles llegó descompuesto, muy triste, interno, como si hubiera tenido que dejar algo en el camino, sacrificar algún profundo sentimiento. Y entonces fue cuando habló del refugio necesario para encontrarse en soledad con su propio sentimiento.
Más después del último viaje de paso por sus raíces el le hizo un ofrecimiento: "sabrás la verdad" le dijo y ella lo aceptó porque sabía a que venía el cuento y con el corazón se dispuso a escuchar la condena, el castigo que se le imponía por haberse entregado al extranjero.
El le narró la historia de sus aventuras, desventuras y conquistas, le habló de seres angelicales que le acompañaron en la ruta; le dijo que era porque no amaba a esos ángeles que había estado con ella, de otro modo no lo habría hecho nunca; le explicó que algunas veces los ahuyentaba pero esos seres con alas caían en dramas profundos, en terribles despechos tan difíciles de sobrellevar que era mejor tenerlos cerca, como compañía, porque no molestaban, le acomodaban y le permitían partir a nuevas conquistas en búsqueda de la ansiada quimera.
Le contó que en esa búsqueda fue que se cruzó con nuestra damisela y sintió amor profundo aunque luego se le diluyó el sentimiento, que eso siempre le ocurría, es que no sabía cómo era amar, cómo se quería. Y finalmente, entre regalos y música, admitió que nunca estuvo solo, que ella, la damisela, fue sólo un resquicio en su cómoda historia con esos seres ángelicales que gimen esperando que no los dejen y que le acompañaron , a pesar de ser tan diferentes en tantas cosas, porque eran el puente en las relaciones que él mantenía con personajes de algunos campamentos establecidos en esos mismos territorios. Ni siquiera se disculpó con la damisela por ser el causante de sus desvelos.
Sin negarse, y porque ella sabía que el racionalmente bloqueó el sentimiento, esa noche le amó con total entrega, pasión y anhelo. El viajero se perdió en sus ojos como siempre lo hizo, le hizo regalos, le quiso. Acompañó a la damisela, otro día, en la búsqueda de objetos de arte e imágenes de otros lugares y juntos dieron un paseo a orillas de la mar a saborear los más exquisitos frutos del océano, pero sólo logró acentuar un constipado que empezaba y no logró apaciguar la tormenta que desde los cielos se desplegaba y que tenía prisionero al extranjero dueño de mentiras, preso de los ángeles y de su propia y triste soledad que no cesaba de buscar una quimera...
La historia aquella habla de un hombre que llegó desde lo lejos, que escuchaba un aire que le preguntaba al final del día ¿podrás ser feliz, prisionero de los angeles que se acomodan y no molestan, que se dejan manejar y son útiles a tus intereses, de los que escapas porque no los amas, y a quienes engañas apenas se distraen para acicalarse las plumas? ¿podrás alguna vez ser fiel a tu sentimiento y no al deber ser y al falso compromiso que crees que es útil para el guerrero?
Esta es la historia de un viajero. Historia que recorre los tiempos como él recorría los mares y los océanos.