viernes, 24 de julio de 2009

carlos saura por bulerías: en 'el país'

imposible no dejar aquí, para tenerlo a mano, el enlace a un reportaje de EL PAÍS sobre el trabajo que está realizando Carlos Saura en la dirección de "Flamenco hoy" que estrenará en agosto en Madrid, con la dirección musical de Chano Domínguez.


Foto EL PAÍS

REPORTAJE: flamenco

Carlos Saura por bulerías

El cineasta ultima el espectáculo 'Flamenco hoy' y vuelve al género de sus amores

GREGORIO BELINCHÓN - Madrid - 24/07/2009

La sala bulle. De calor, de sudor, de movimiento. Los bailarines, de negro, componen diagonales flamencas. Por encima de la música grabada -temas de Chano Domínguez para el espectáculo- se oyen los gritos alegres y furiosos de uno de los coreógrafos, Nani Paños. Salpica el sudor, que derrota al aire acondicionado. Manos arriba, zapateados intensos, gestos sobrios y enérgicos. Se oyen gritos de "¡Jaleo!, ¡jaleo!". En torno al grupo de bailaores que electrifica la sala de ensayos, con una pared cubierta de espejos y otra con un inmenso ventanal, se sienta una docena de personas. Los cantaores, la responsable de la escenografía, el creador del diseño de luces... Todos miran los movimientos con concentración. Todos, excepto el responsable del tinglado, Carlos Saura. Él sonríe, con su mirada de sempiterna felicidad. Al aragonés le han puesto entre las manos un juguete, uno de sus preferidos, y se le escapa el gozo por los ojos. "Cada vez que entro en una sala de ensayo, y veo flamenco -con el baile clásico no siento lo mismo- , noto esa percusión y me siento... Seré de Huesca, pero mi padre era murciano, de ahí me vienen los gustos. Y cuidado, mi apellido viene de la palabra árabe que significa revolución", dice el cineasta, rematando la frase con risas. (sigue...)

lunes, 13 de julio de 2009

jorge enrique adoum : "desencuentros con julio"


foto: Andrea Pecchioli

es como si lo hubiera visto morirse quince meses atrás o sea el 6 de noviembre
de 1982 cuando enterrábamos a carol
hacía un frío triste y gris y allí estábamos los amigos
desfilando sobre un suelo movedizo y húmedo de hojas sucias de otoño como
si hubiera servido para otros entierros u otros otoños
y tras haber echado cada uno una flor -rosas amarillas había pedido su madre
por teléfono- sobre la caja angosta y pequeñita
nosotros que habíamos enterrado en nuestra vida a tantos muertos y dádole el
pésame a tantos deudos
nos encontrábamos en el cementerio de montparnasse con un único deudo
solo alto duro flaco
de pie con una gabardina azul bajo el arco de unos árboles casi decorado de
teatro

como en él todo era grande (sobre todo el corazón) me hizo sentirme más
pequeño con su inmenso abrazo y su recomendación de que me cuidara
pero en ese instante como si yo no hubiera sido yo sino uno de sus personajes
de esos con supersticiones y premoniciones causales y casuales
decía me decía ¿y a quién vamos a darle el pésame cuando él se muera si no
a nosotros mismos?
como si él y no alguno de nosotros los otros hubiera de morirse primero
después los que quedamos nos juntamos los pedazos prometiéndonos vernos
con mayor frecuencia no dejar que las calles y distancias de parís nos
separaran estar más juntos que antes como para que nadie llegara a faltarnos
y es precisamente él quien nos falta ahora y estamos todos dándonos el
pésame abrazándonos más estrechamente que nunca recibiendo condolencias
por teléfono o por correo

sintiéndolo de pronto al lado cuando entramos en un bistrot o tomamos el metro
o escuchamos jazz o nos ponemos un pullover
y habiendo olvidado en esa oportunidad sus antiguas instrucciones para llorar
traté a escondidas en difícil homenaje a su memoria de subir de espaldas la
escalera
y he de incurrir en el ya lugar común de decir de ciertas situaciones o de ciertos
desencuentros sucesivos que parecen un cuento de cortázar
pero la culpa es suya por habernos demostrado que uno puede pasar de su
mundo cotidiano y rutinario a un universo paradójico con solo tomar un tren o
abrir una puerta

en septiembre de 1982 la universidad internacional menéndez y pelayo de
españa acordó culminar un seminario celebrado en sitges rindiendo homenaje
a la obra de cortázar y entregándole una medalla
julio no pudo asistir atado como estaba a la cama de hospital de su mujer (y sin
embargo en esos días escribió dos cuentos de horror sobre el fascismo
argentino)
y por generosidad de los participantes se decidió que yo recibiera la medalla en
su nombre
pero en lugar de entregármela en su estuche el rector me la "impuso" o sea
que simplemente me la puso
o sea que me la quité en seguida porque estaba destinada a otro pecho
y agradecí no en nombre de cortázar sino en el de quienes éramos sus amigos
y hermanos
ese reconocimiento a la obra del gigante "pastor de palabras" pero también a la
del hombre que con sus largos brazos de boxeador frustrado golpeaba en cada
round la mandíbula de los dictadores
al que le había quitado todas las cáscaras a la realidad hasta encontrar en ella
las semillas de lo imaginario
al doble compañero en quien la literatura y la revolución se daban la mano
comprensivas
a su ejemplar capacidad latinoamericana de ubicuidad porque estaba en lo
esencial de chile y de argentina en cuba y nicaragua en el salvador y
guatemala
tratando en todas las tribunas posibles y desde todos los tribunales de
explicarles a los europeos cómo son las cosas contra las que se debaten o por
las que combaten nuestros pueblos
yo declaré en aquel acto cordial y solemne que entregaría a julio la medalla por
lo menos en unión de los participantes en el seminario radicados en parís -saúl
yurkievich osvaldo soriano y miguel rojas mix
desde
la casa de eduardo galeano lo llamamos por teléfono para enterarnos
del estado de salud de carol y yo le hice el resumen de la solidaridad de
profesores y alumnos de amigos y desconocidos en ese momento tenso que
estaban pasando esas dos vidas
y le prometí esa fraternal miniatura del acto de sitges para cuando carol saliera
del hospital
pero carol salió del hospital al cementerio y me pareció que celebrar la reunión
sin ella habría sido algo como faltar a mi palabra o algo como olvidarla
demasiado pronto
por lo demás julio se puso sanamente a viajar en seguida
fue al sur de francia y volvió a cuba (que le había cambiado casi veinticinco
años atrás las líneas de la mano) y a nicaragua (donde "han empujado la
palabra cultura a la calle como si fuera un carrito de helados o de frutas")
cuando estuvo de regreso yo entraba unavezmente más al hospital por nuevos
incidentes corazonales
y estuve un mes fuera de parís por razones de convalecencia
a mi regreso saúl estaba ausente y soriano había ido a hacer una
"prospección" en argentina donde su último libro disputaba con uno de julio el
primer lugar en la lista de best-sellers
cuando en junio apareció Deshoras y lo encontré en una lectura de poemas
que hizo claribel alegría conmigo me pareció llegada la oportunidad que
buscaba y le propuse celebrarlo con la reunión nueve meses postergada y
entregarle la medalla
pero él se marchaba al día siguiente a italia y a no sé qué otros países más
luego vinieron las vacaciones de verano en las que todos se ausentaron
excepto yo que me fui a ecuador en septiembre y octubre
a mi vuelta la medalla guardada en un cajón del escritorio me seguía
quemando las manos
y decidí dársela aun cuando fuera sin pretexto literario ni fiesta casera ni
invitados íntimos
pero él podía por fin volver a su argentina en donde tanto tiempo le estuvo
prohibido entrar y a veces ser leído
e iba a hacer un nuevo viaje a cuba y nicaragua pasando por parís pero esta
vez su médico no se lo permitió
"por el peligro de la enfermedades tropicales" según julio que seguía
engañándo(se)nos
en diciembre lo encontré en casa de daniel viglietti y por vez primera lo vi
malhumorado harto de venir arrastrando tres años de alergias y seis meses de
leucemia y otros trastornos
cuando al abrazarle le pregunté cómo estaba me dijo "Mal como de costumbre"
cuando al despedirme le dije que se cuidara me respondió secamente "I will do
my best"
desde entonces durante dos meses fue huésped semanal de los hospitales
y aún así se dio modos para hacerme llegar en enero Los autonautas de la
cosmoruta
amorosamente escrito a cuatro manos entre él y carol dunlop
a comienzos de febrero de paso por parís eduardo galeano me dejó un
ejemplar de Las caras y las máscaras que julio quería leer "durante su
convalecencia"
y miguel rojas mix que en esta historia de hospitales estaba entonces
hospitalizado me hizo saber que por saúl yurkievich sabía que el cronopio
mayor se acordaba de que no le había dado aún su medalla

julio ya no quería que se lo visitara en el hospital pero alfredo guevara logró
hacerle llegar el testimonio de solidaridad de cuba que ponía a su disposición
un avión y toda su capacidad médica
aunque sabíamos o sospechábamos o temíamos que fuera demasiado tarde
en la noche del sábado 11 de febrero le escribí unos renglones recordándole
que por viajes impostergables ausencias intempestivas e idas y vueltas suyas y
mías a los hospitales se había postergado la entrega de ese símbolo de
admiración y reconocimiento de la universidad española a la limpieza de su
vida y la limpieza de su obra
pero que se iban acumulando en mi poder cosas que le pertenecían
y que se las enviaba con alguien para que por intermedio de aurora bernárdez -
que había sido su primera mujer y era su última entrañable enfermera- las
recibiera el domingo a las cuatro de la tarde
pero el domingo se estuvo muriendo desde las cinco de la mañana hasta que
hacia el mediodía un médico tardíamente compasivo le puso una inyección
para que no le dolieran más el corazón ni el resto
esa noche vi en su casa de reojo el estuche con la medalla el libro y la carta

justo un año antes él había hablado del "término del periplo de una vida que
entra en su ocaso [...] al fin de un larguísimo viaje por las tierras y los mares del
tiempo"
no nos parecía a nosotros que hubiese sido tan largo pero ahí estábamos
enterrándolo el martes con un solcito frío de invierno en una caja larga y ancha
capaz de contener al gran hermano mayor aunque con la impresión de que
había tenido que empequeñecerse para pasar por la muerte sin bajar la cabeza
nos fue imposible convencer a los empleados de pompas fúnebres de que la
familia éramos nosotros cuando nos pedían que nos retiráramos
y volvimos a abrazarnos más estrechamente que la vez anterior
sintiéndonos que a pesar de estar todos juntos nos habíamos quedado un poco
más solos

(carol había muerto el 2 de noviembre "Día de los fieles difuntos"
julio fue a reunirse con ella -bajo la hermosa sábana de mármol que había
tallado luis tomasello- el 14 de febrero "Día de los enamorados"
dejo constancia de ello porque para él esas cosas tenían significado)

1984

Jorge Enrique Adoum "Desencuentros con Julio" de "Cementerio personal"


Julio Cortázar y Carol Dunlop

Nota aparte:

En los "Agradecimientos" de "Los autonautas de la cosmopista o Un viaje atemporal París-Marsella" dice textualmente: "A Jorge Enrique Adoum, Francoise Campo, Jerome Timal, Julio Silva, Gladis y Saúl Yurkiévich, Aurora Bernárdez, Nicole Piché, Francois Hébert, Hortense Chabrier, Georges Belmond, Laure, Philippe y Vicent Bataillon, Marie-Clude, Laurent y Anne de Brunhoff, que estaban en el secreto, nos dieron preciosos consejos que sería demasiado largo enumerar aquí, y nos alentaron con sus sonrisas lejanas en los momentos difíciles."


martes, 7 de julio de 2009

luis sepúlveda se despide de jorge enrique adoum: adiós, “turquito”

Adiós, “Turquito”

por Luis Sepúlveda


Tomado de Le Monde Diplomatique

En agosto de 1977 sentí que no tenía tierra bajo los pies. Había llegado a Lima luego de un accidentado periplo por Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, nuevamente Argentina, Bolivia, y finalmente Perú. No podía quedarme en ninguna parte, eso era el exilio y, de pronto, en una calle de Lima vi a mi viejo amigo “Chiclayo” Pérez junto a uno de los grandes escritores latinoamericanos: el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum.

En cuanto supo que era chileno y de los jodidos, el autor de “Entre Marx y una Mujer Desnuda” me abrazó, y a partir de ese gesto nació una amistad que se prolongó en Quito primero, y luego en los encuentros en París, al amparo de la formidable hospitalidad de Jorge Amado y Zelia, o en los fax desteñidos por el tiempo.

Un día de agosto de 1997, desde un bar limeño, Jorge Enrique Adoum hizo varias llamadas telefónicas al Ecuador solicitando un visado, hasta que un funcionario de Relaciones Exteriores le pidió que, para ahorrar tiempo, le dictara el mismo las características del visado. Al día siguiente la embajada ecuatoriana en Lima me entregaba un salvoconducto absolutamente inusual, sobre todo si era emitido por una dictadura, la del general Rodríguez Lara, “El Bombita”, y que me autorizaba a residir en Ecuador durante todo el tiempo que considerase necesario. Además, aquel documento dictado por Adoum, adornado con varios sellos y firmas, invitaba a las autoridades ecuatorianas a dar todo tipo de facilidades el licenciado Sepúlveda, para el éxito de sus gestiones.

Desde aquel momento, el trato entre el autor de “Los Cuadernos de la Tierra” e “Informe Personal sobre la Situación” fue de Doctor Adoum y Licenciado Sepúlveda, pero en Quito, al calor de unos canelazos éramos El Turquito y Lucho, dos tipos que recorrían las cantinas quiteñas, amanecían entre los puestos multicolores de la Avenida 24 de Mayo, y con lágrimas en los ojos cantaban; yo quiero que a mi me entierren como a mis antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro.

En aquellos años, en Quito había una sorprendente cantidad de chilenos, argentinos y uruguayos, según todos, de paso, mientras la oficina de refugiados de Naciones Unidas decidía nuestros destinos. La mayoría estaba en una situación de limbo legal, eran frecuentes los arrestos, la temida policía de migraciones al mando del mayor Jarrín aterrorizaba con sus redadas y, gracias a mi salvoconducto, creo que era uno de los pocos a salvo de ser extraditado. Cada vez que caí en una redada, y fueron varias, presentaba el documento debidamente plastificado, y el “siga no más, licenciado” de los policías me llevaba a telefonear eufórico al Turquito para informarle que el dichoso papel todavía funcionaba.

Cuento esto, porque frente a mi tengo una foto del Turquito, porque mi amigo Jorge Enrique Adoum me hizo repetir muchas veces esta historia, porque lo quiero mucho y con rabia, porque se me fue de la vida y ya está reposando como sus antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro.

Lo recuerdo en nuestro último encuentro, hace un par de años en Povoa do Varzim, en Portugal. Viajábamos en el bus de Correntes da Escritas, un hermoso encuentro literario, y El Turquito encandilaba con sus dotes seductoras de muchacho octogenario, con sus chistes soviéticos tan maravillosamente bien contados y que hacían llorar de alegría a Rosa Montero.

Sus ojos de miope ilustre se iluminaban al hablar de Neruda, de sus años como secretario y amigo del poeta. El Turquito tenía por costumbre vivir en nombre de muchos y, así, a la hora serena de compartir un trago bebido con todo el sentimiento posible, bebía sorbitos a la salud de Neruda, de Roque Dalton, de Otto René Castillo, de Javier Heraud, de Paco Urondo, de sus compañeros generacionales caídos en la lucha por la dignidad latinoamericana.

Jorge Enrique Adoum se apuntó a todas las causas justas y se jugó por ellas desde su condición de intelectual lúcido, de novelista de garra, de poeta enorme y de compañero imprescindible.

Pienso en él, miro su foto, y la memoria me lleva hasta el Quito de casas blancas en donde hicimos tantos planes mirando el amanecer andino, o cuando sentados en la parte más alta de El Batán, en la casa de Oswaldo Guayasamín, imaginábamos el fin de las dictaduras y un continente latinoamericano habitados por hombres y mujeres cuyo gentilicio sería la palabra hermanos.

Nos va a faltar el Turquito. Me va a faltar mi amigo y compañero Jorge Enrique Adoum a la hora de seguir soñando, porque entre las muchas cosas que me enseñó está el valor de los sueños compartidos.

Pero él sigue soñando, desde sus libros, y en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro.


Luis Sepúlveda, Gijón, 5 de julio de 2009


sábado, 4 de julio de 2009

jorge enrique adoum: su palabra no se ha ido



Jorge Enrique Adoum nació en la ciudad de Ambato el 29 de junio de 1926. Estudió Derecho y Filosofía en la Universidad Central del Ecuador y terminó sus estudios en Santiago de Chile. A los 25 años fue secretario privado de Pablo Neruda. Neruda decía de Adoum que era el mejor poeta que tenía América Latina.

Obtuvo el primer lugar en la primera edición del Premio Casa de las Américas de Cuba en 1960. Dejó el Ecuador en 1964, a raíz de un golpe militar y regresó al Ecuador en 1987. En 1989 el Gobierno ecuatoriano le otorgó el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo por su dedicación a la escritura.

Jorge Enrique Adoum murió el 3 de julio de 2009 en Quito.

El mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor de la talla de Jorgenrique Adoum, el Turquito, con la tristeza profunda por que ya no estará y no escribirá más, es repetir infinitamente sus escritos, difundirlos y que muchos más lo conozcan, de esa manera su palabra y su pensamiento permanecen vivos.

Aquí, algo de sus escritos:

"Yo te esperaba a dos cuadras de tu escuela para que no te vieran las monjas y te acompañaba a tu casa. Yo adivinaba el momento en que ibas a aparecer doblando la esquina, porque el corazón se me ponía a temblar como si te hubiera visto antes que yo. Tú me entregabas tu maletín de mimbre con tus cuadernos y libros, y yo lo llevaba orgulloso porque la agarradera estaba tibia de tu mano y eso era casi como una contraseña. Me sentía galán, pero cuando me veía a tu lado parecía sirviente. Tu altivez no era todavía la altanería orgánica de la mujer que tiene un hermoso culo y lo sabe y lo lleva consigo a todas partes, sino el orgullo por la casa en que se vive. A tu lado, yo era también como este departamento: esos crímenes sanguinolentos que salen en los periódicos nunca se comenten en casas como la tuya sino en los semitugurios de mi infancia: luz de bebida turbia, muebles cojos, focos oscuros cagados por las moscas, zócalos de humedad que descascaraba las paredes.
-Las casas tienen alma, decías, siempre hay alguien adentro, todas las cosas tienen alguien adentro, hasta el color blanco, lo que pasa en que no se le nota porque el blanco es callado.
Tu casa fue un país extranjero que conocí Siempre estaba recién pintada. A mi no me gusta ese color, decías, porque el rosado es la cobardía, ¿no ves cómo no se atreve a ser colorado? Y a mi me dolía la palabrota, siempre las mismas letras grandes, siempre PUTA escrito con carbón debajo de las ventana de tu hermana Nilda. Era un país de té con miel y mermelada y flores en la tarde, un país de alfombras por las que daba miedo pasar, ese miedo innato a las fronteras que sienten los que llevan rotos los zapatos, como un pasaporte falso. Tú estabas en todos los espejos, mirándote en su mediodía (los espejos se olvidan en seguida, decías, tienen mala memoria), tú abrías y cerrabas los cajones (pobrecitos, decías, siempre les ajustan los zapatos), tu lloraste una vez por el dolor de los clavitos que el hombre malo golpea con un martillo.
Y comencé a amar la botánica que tanto odiaba, pero es que en tu jardín tu pelo como de estatua rozaba lo que hasta entonces sólo habían sido simples nombres difíciles saliendo de la dentadura postiza del señor Pinto, y mis dedos tocaban las palabras que me enseñaban tu boca: glomérulo, corola, umbela, verticilo. Había flores que nos estaban prohibidas por tu madre, y por eso nos gustaban con miedo, como de lejos.
-Ésa es la flor del muerto.
-Qué tonto que eres. Es la flor de la maravilla.
Y yo te creía, aunque estaba seguro, porque el jardín era tuyo. Pero empezó a oscurecer y entramos en tu dormitorio lleno de tus cosas y de tu olor a limpio, tomaste una muñeca y te acostaste bocabajo y de través en la cama como si ya hubieras sido una mujercita y fueras a llorar, y en tu pieza había enrado el ángel del jardín.
-¿Huelen por la noche las flores?
-Sólo las que no pueden dormir, las otras se duermen calladitas."

Fragmento de "Entre Marx y una mujer desnuda"




Arena dije y nada dije sino las cinco letras de su nombre,
nada sino sus sílabas errantes que la brisa mueve
como peces muertos un mar seco que el mar a secas
le quitará a detelladas,
y arrastrada por corrientes de viento o de agua, girando a veces
como un trompo ciego,
la arena se va del mundo, se va al mundo, la llevan y la traen
y regresa concubina a acostarse bajo el polvo,
tapa siempre mal clavada del ataúd del suelo,
y la tierra la traga haciéndola rodar a su tiniebla
donde los que se aman esperan abrazados
bajo esa gris piel ajena que un soplo desharía.
Y cuando el que sabe de estas cosas ha limpiado
con un pincel más liviano que el aliento
tierra, polvo de semen y huesos confundidos
en una sola harina turbia,
nos llevamos en recuerdo del lugar donde yace el amoroso
monumento vivo,
algo tangible, por ejemplo valvas donde la arena
se acomodó a descansar anteanoche en otro siglo,
por ejemplo un puñado de esa arena.

Mejor así,
así se nos irá por entre los dedos, caerá a tierra,
volverá a irse a dónde y triste,
dejándonos nuevamente libres para perdonarnos
otra vez nuestro remordimiento.

De "El amor desenterrado"


-III-

Le gustaban los hombres, sanamente, y a ellos la cerveza.
Por eso puso el único bar del pueblo (una mesa y tres silla
que tenía en la sala) a la vera de la calle, frecuentado
por los solitarios que hablan entre ellos al borde del domingo.
(Los demás días los perros, las gallinas y los cerdos
se revuelcan bajo los muebles y un gallinazo a veces
se abate sobre la mesa y fija allí su territorio.)
La música de su radio ruidosa entre las moscas
llega a avisarles qué día es al carbonero y su señora
y le sana al tartamudo del canto de la misa.
Los marineros la buscan para oír otra vez otra voz,
ronca de aguardiente y hembra, en la que atracan
después del viaje con silencio a yodo.
Pregunta con insistencia de dos veces
viuda y sin viudedad (demasiadamente viuda),
y sin entender la geografía oral de las explicaciones,
en dónde quedan los paisajes de las postales
que alguien le mandaba. (Las prendía en la puerta
con el texto hacia arriba porque las noticias
le gustaban más que las fotografías.)
Pregunta por el hombre que iba a volver
un domingo de tarde (hace ya quince meses),
que se llevó el reloj del marido (parado en la hora
en que murió de un tiro) para que lo compusieran
allá lejos dijo, donde hay buenos relojeros dijo,
y sus zarcillos como contraseña de que regresaría
a ponérselos de nuevo (¿ceremonia nupcial?)
"con estas mismas manos que te amaron anoche"
y llevársela a uno de esos países para que se ría.
Pregunta por qué no ha vuelto ni ha vuelto
a enviar tarjetas. En dónde está. Por qué no viene.
(Si desde aquí se ve que el mar es liso qué pretexto
tiene.) Díganle que venga. Que a él le consta
que los zarcillos le estorban a la hora de acostarse
y que si no se pudo reparar el reloj no importa.
Total sólo sirvió dos veces cuando indicó la hora
en que alguien se marchaba para siempre.

De "Postales del trópico con mujeres"



-VI-

la iglesia apuntalada por el viento contra la carcoma
su campana con tos por la sal del sol y el yodo de las olas
los santos contaminados por los fieles y una humedad de lepra
el confesionario cajón póstumo es decir que sogas vendan
las reventazones de la mudanza en otro siglo a lomo de otros
indios
y lo que aún queda disponible de los pecados para pobres
como menú de restaurante a precio fijo al final de la noche
para estas madrugadoras cañas viudas del pantano
que ya no pueden inventarse sino tiznes veniales
pero siguen penintenciándose las culpas de hace tiempo
con inovensivos rosarios o silicios orales
que el flaco cuerpo resiste todavía
y vivirán de rodillas en los suburbios del arrepentimiento
y en estado contrito de gracia agradecidas

qué más pueden hacer -pecado leve-
la comunión el domingo es desayuno

De "Postales del trópico con mujeres"


Foto: Diario HOY

Resumen de la Infancia

Ante todo, es preciso ordenar la infancia
como un país disperso, hallar las fechas
de su límite: la dulce iniciación
en la desobediencia, la cerradura
que por necesidad puse a mi alcoba
o la primera mujer que se guardó la noche
entre sus telas estériles, sus párpados.

Y descubrí de pronto que nadie compartía
mis costumbres: la muerte había entrado
antiguamente al patio, a la bodega,
y yo crecía sobre un osario familiar.
No sé por qué, porque sí, por pura
gana, cambié las órdenes para la cena,
el sitio de los adornos, el precio
de las plumas; odié el muro
que cercaba la viña y el camino de orina
a los establos. Y ya no pude vivir más,
no podía establecer mi edad, mi oficio,
destruir la seguridad de cada día
o levantar los párpados hacia la luz
de afuera: un hombre pasaba sin llorar
bajo la lluvia, las aldeanas
completaban su cuerpo entre la hierba,
pero debía conservar la herencia intacta,
conocer los secretos del ganado,
calcular la distancia entre mi seca
seguridad y la aventura.

Así empecé
a soñar solamente con la llave,
con la bahía donde nadie hubiera
a despedirme, con migraciones de pájaros
azules. No era la pegajosa soledad
lo que buscaba sino una familia
diseminada en la distancia, una
hora de paz bajo los árboles, una hoja
sin odio entre mis manos.

De "Notas del hijo pródigo" 1953





"Le gustaban" de "Postales del trópico con mujeres"




"El monumento a los niños, fragmento final de "Horoshima mon amour"


EDUFUTURO:

Ecuador Amargo
1949


El Amor Desenterrado
1949


Poemas en Postespañol

Curriculum Mortis

Yo Me Fui Con Tu Nombre Por La Tierra

Los Cuadernos de la Tierra

Relato del Extranjero

Notas del Hijo Pródigo

Carta Para Alejandra


Cementerio Personal


Textos Exdispersos


Subscribe Free
Add to my Page

De ti nací y a ti vuelvo
arcilla vaso de barro
con mi muerte yazgo en ti
a tu polvo enamorado.
(Jorge Enrique Adoum)