lunes, 7 de diciembre de 2009

Los Morente se hacen más grandes: reportaje en el país

Tomado de EL PAÍS

REPORTAJE


Los Morente se hacen más grandes


La gran saga del flamenco crece. Al patriarca y a Estrella se suman el arte de Soleá y de Enrique hijo. Hasta los nietos cantan en el nuevo disco del maestro. La familia al completo nos recibe en su casa del Albaicín.



Pero es que ni pa’tras ni pa’ lante!". El grito se escapa por la ventanilla de una furgoneta blanca. En la estrechísima cuesta del Albaicín granadino a la salida del colegio, es hora punta. Entre el caos circulatorio, niños que tiran de sus mochilas, paciencia, bocinazos y algún que otro insulto, sube andando con tranquilidad un hombre con el pelo un tanto revuelto y una cara inconfundible; se trata de Enrique Morente. Viste chándal azul, camiseta y zapatillas de deporte. "Me he echado a la calle un momento a la farmacia. Tranquilos, esta locura se acaba en cuanto salgan los críos de la escuela, no durará mucho, ahora nos vemos en casa".

Así es el primer encuentro con el maestro, con el primer cantaor que recibió el Premio Nacional de Música otorgado por el Ministerio de Cultura en 1994, con uno de los últimos flamencos que persiguió a sus ídolos y aprendió el oficio en tablaos, tabernas y plazas. Así, generoso, amigable, lleno de cariño, es el lector impenitente plagado de contradicciones que ha buscado debajo de las piedras letras conmovedoras y arriesgadas que llevarse a la garganta. Así, con su bolsa de la botica bajo el brazo, es el genio reconocido en todo el mundo, que supo llevar al eco de su voz ronca a gentes tan dispares como Lagartija Nick, Pat Metheny, Los Planetas, Amaral, Leonard Cohen o Sonic Youth. Guasón y acogedor, así es el hombre nacido el día de Navidad de 1942 en el Albaicín, el corazón de Granada, e idolatrado por su familia: la saga de los Morente que, por primera vez al completo y bajo su timón, se ha puesto frente a un micrófono para abrir Morente flamenco (Universal), el nuevo disco del cantaor.

La puerta está abierta, dos aldabonazos por educación y aparece Aurora Carbonell, La Pelota, esa bailaora que aparte de ser la compañera de Enrique Morente, ejerce de matriarca de una de las familias de artistas más importantes del flamenco. Reluce con el pelo mojado, y tras dos minutos de desconcierto, bajo la sombra de una maravillosa amapola de cera roja firmada por José María Sicilia que preside el salón, se arranca: "Enrique debe de estar por ahí dándole de comer a los gatos… Es que les tiene un cariño, que a veces pienso que les quiere más que a la familia". Humor de gitana madrileña criada en el barrio de Puerta de Toledo. La clave para saber que somos más que bienvenidos.

Morente aparece de pronto ya con la imagen icónica que todos sus fans pueden tener en la cabeza: pantalón negro, botas puntiagudas de cuero y camiseta verde pistacho bajo una camisa negra.

-Maestro, eso de la farmacia… ¿Se encuentra usted bien?

-Si sólo fui a darme una vuelta…, a caminar para recuperarme.

-¿Recuperarse? ¿En serio? Pero…

-No, hombre, de la resaca de anoche.

Éste es el segundo encuentro con Enrique Morente. Un artista tenaz, arriesgado y genial, pero que a la vez despista por su rapidísimo sentido del humor y la sorpresa constante. Hasta cuando habla este hombre está creando. "Empecé a cantar con la boca. Pues como canta cualquier chiquillo siendo pequeño… Yo llevaba pantalones cortos y unas sandalias, no esos pantalones bombachos tan ridículos de los niños de dinero, y mi madre siempre me encontraba papelitos en los bolsillos en los que había escritas letras de cantes. Y me decía que me olvidara de eso, que pensara en hacerme un hombre de provecho. Entonces yo me buscaba algún trabajillo, pero ella me seguía encontrando esos papelitos en los bolsillos. ‘Vaya una carrera que llevas’, me decía. Las madres siempre quieren lo mejor para uno, pero el cantaor no elige ser cantaor, es algo que manda en nosotros, no hay otra forma", explica Morente sentado en un sillón del salón, el más cercano a la única guitarra de la estancia.

Y el Morente abuelo no ha dudado ni un segundo en meter a sus dos nietos en los sótanos de su casa donde está el estudio de grabación del que sale la mayoría de sus creaciones, para hacerlos participar en su último disco. "Me los encontré ya con su abuelo en el estudio", cuenta Estrella Morente, la hija mayor del autor de Omega, que también ha seguido sus pasos, a la que tan sólo su padre produce y que está considerada por la crítica una de las grandes promesas hechas realidad del cante joven. "La chiquitilla, Estrella, tiene cuatro años y Curro siete, y lo cierto es que hay que ver cómo afinan los dos. Hemos sido unos privilegiados por haber vivido al lado de un hombre como Enrique Morente del que constantemente se está aprendiendo", dice la madre de los pequeños. "Pensé en introducir cuerdas u otros instrumentos para los coros, pero lo tuve claro, es una nana y una nana de guerra, qué mejor que la inocencia de los niños. Creo que ha sido la mejor elección", corrobora el maestro.



Una nana en la que hay una letanía: "Mare, mare, mare". Un canto a la madre, la que Morente perdió y que siempre está rondándole la cabeza. "El cante me viene de mi madre. Ella no era cantaora, pero de su voz viene todo. De ahí procede. También de los sonidos que escuchas de chico, los acentos, los ecos, las formas. De la voz que sale de un balcón, la discusión de dos vecinas, de una madre llamando a su hijo desde una ventana. De ahí viene todo".

Soleá, la hija pequeña del maestro, entra por la puerta. Es una guapísima mujer de 25 años que arranca sin concesiones este nuevo disco de Morente. Su padre le ha dado la oportunidad, probablemente creyendo que ya está madura, para enfrentarse a la ardua carrera que le queda por delante. "Somos una generación", dice Soleá, "a la que nos ha tocado cumplir la gran labor de lograr que no se pierda la afición de todos aquellos como mi padre que fueron capaces de coger de oído un cante o un palo. De mantener vivo el flamenco. El flamenco que es para mí una forma de vivir, de sentir, de crecer y, aparte de la ilusión que nos pueda generar, es una forma de soñar y sobre todo de ser".

La mesa está lista en la terraza de la casa de los Morente. Con unas vistas de infarto desde la que se divisa la Alhambra como lo que es, una fortaleza desafiante, pero, a la vez, nada intimidante, sino acogedora. En la terraza, acariciada por el sol, solamente se escuchan pájaros, tórtolas y el relinchar de los caballos de la finca aledaña. Alguien ha bajado al restaurante de Torcuato, bien conocido por la familia, y sobre un mantel de cuadros color naranja se desparraman presa ibérica al ajillo, carrillada, acedías, salmonetes, boquerones fritos, chanquetes, calamares, gambas, jamón, queso, aceitunas y una ensalada de tomates caseros que invitan a todos a volvernos un poco flamencos: son tomates que quitan el sentío.

La Pelota se sienta junto a Morente y comienza una discusión sobre lo que puede ser la mala follá granaína. "Cádiz y Granada son como las dos caras de una moneda, y claro que tenemos mala follá, pero es una forma de ser blanca y limpia, es un humor comparable a lo que podríamos llamar ser flamencos", asegura Enrique Morente. No todo son risas, el maestro también responde a las curiosidades de sus interlocutores. Sobre todo, respecto a lo que más sabe: el secreto del duende. "El tiempo ahora es otro. Las manecillas del reloj tienen más mala idea que antes. El flamenco está más estandarizado que antes. Hay más peligro de que todo se parezca. Pero eso lo arreglan los artistas. Lo arregla la gente que tiene arte. Y ¿dónde está el arte? La luna llena, por ejemplo, tiene que ver con el estado anímico, y el estado anímico del que escucha tiene que ver con el arte. Te das cuenta, por ejemplo, de que cada vez que sales de copas es porque está la luna llena ahí arriba. Cada vez que sale la luna, el día siguiente es malo, porque ando por ahí, trasnocho. La luna que antes me encantaba, ahora veo que tiene mala follá, la mala luna". "Tiene su guasa. Lo de la saga de los Morente… Ahora parece que están de moda, pero lo que quiere decir es que me están creciendo los enanos [ríe a carcajadas]. Además, todos estos que vienen detrás de mí, de mi familia, cantan mejor que yo, que es una putada. Fuera de broma, al mismo tiempo, es una alegría, principalmente es una alegría. Soleá ha terminado la carrera de Hispánicas y estoy muy orgulloso no sólo por tener a una universitaria en la familia, sino porque ha terminado unos estudios que a mí me apasionan como cantaor; la literatura siempre me ha interesado. Pero ella ha cantado y ha bailado de siempre, desde pequeña, igual que Estrella y el Morente chico".



Se apasiona Morente hablando de su familia, pero empezamos a escuchar a los gatos que maúllan abajo. Es la llamada de la selva para el maestro, ya lo decía su mujer. Terminado el magnífico almuerzo, el cantaor recoge las sobras y se acerca a la barandilla de la terraza. Abajo, al menos siete gatos, le piden su ración. Hay dos negros. "Ese mal fario es de flamenco antiguo", asegura Enrique Morente. Y poco a poco, va echándoles de comer con una cuchara. "Mira, el blanco se llama Manolo, pero debe de estar un poco de resaca hoy, que no pilla ninguno". Y van cayendo manjares hacia los felinos que ahora uno se explica cómo están tan rollizos. "Venga, pelúo, que esto es para ti". Curiosa imagen la de un hombre que en estos momentos anda con la cabeza a vueltas para musicar el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, de Lorca.

Los 29 años de Estrella Morente aparecen vestidos con unos leggin negros y una camiseta de corte y estampado punk. Guapa, con un pelo maravilloso y ojos y sonrisa que podrían tumbar a cualquiera. Le acompaña su marido, el torero Javier Conde, que en sus brazos lleva a su hija Estrella, medio dormida. Currillo, el hijo de la artista, que tiene querencia por la percusión, juguetea con unas baquetas desde que el tiempo es tiempo. Pero su abuela se apresura a mostrar una foto del chiquillo con capote y espada de pega, pero con una pose tan taurina que asombra.

Volvamos a los buenos cantaores, al flamenco de raza. ¿Qué hace falta? "El pellizco es un concepto muy ambiguo, pero hay que tenerlo. Muchas veces te dan ganas de coger unos alicates para explicar lo que es el pellizco. Canta bien, pero no tiene pellizco; o tiene pellizco, pero no canta tan bien… Pero, ya sabes, los flamencos somos muy exagerados. El pellizco lo tiene aquel que tiene la impronta de quejarse con personalidad y de transmitir. Todo está en la transmisión. El secreto está en transmitir. En una ráfaga hacer un detalle que transmita; y de ahí viene el olé… Pero un olé a destiempo es como un chiste sin gracia, que los hay. Y también los hay compraos; que nos puede costar un dineral un olé. Pero cuando es de corazón, se nota mucho. Y al público no le puedes pagar un olé. Y luego está el olé por efectismo, no por efectividad. No me gusta el olé gratis; no hay arte cuando lo sabes, y yo he dejado de hacer cantes porque sabía que tenía el olé gratis. Los más flamencólogos y flamencólicos creen que cuanto más analfabeto se sea, más pellizco se tiene. Pero a mí me parece que el conocimiento no quita la pasión. Yo me he convertido en más pluralista y tolerante por juntarme con muchos poetas y escritores".

Y no sólo con ellos. También con grupos de rock, como Sonic Youth, de los que uno jamás hubiera podido imaginar que colaborarían con un cantaor. Pero Morente es Morente. "La primera vez los vi en La Riviera, en Madrid, y siempre que puedo he ido a verlos. Siempre me gustó mucho su música. A partir de ahí haces comentarios, alguien se entera y lo propone. Yo nunca propongo directamente nada, no me gusta molestar. Yo simplemente lo pulso. Ahora, mi cabeza está en Max Roach… Era el percusionista rifadísimo por todos los grandes del jazz. Ha muerto hace año y medio, pero en 1992 hice con él un evento en la Bienal de Sevilla y estuvimos 15 días juntos en un cortijo que alquilamos. Después me apunté a un taller de músicos donde él estaba invitado. Las cosas no ocurren por casualidad. Si tuviera que trabajar con todos los músicos que me gustan, me tendría que dividir en 200 o 300 partes".

Morente nos entrega su primer disco de piezas en directo, salvo ese primer corte grabado con toda su familia, esa Nana de Oriente llamada a convertirse en éxito. La pregunta se impone: ¿por qué no antes? "No me gusta salir al escenario sabiendo que me están grabando, es que me distrae. Y en el momento en que te distraigas, estás distraído. Me tienen que grabar sin que yo me entere. El estudio es para crear, y el directo sirve para otro tipo de transmisión, ni mejor ni peor, pero es otra. Lo que no vale es utilizar el estudio para repetir hasta la saciedad un cante esperando que llegue el pellizco, entonces llega el alicate, ése del que hablábamos antes". Remata Morente chico, el diamante de 19 años todavía escondido: "El flamenco es una parte de mí, es como comer. Si volviera a nacer seguro que sería flamenco". P

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