Desde hace un par de días hay algo nuevo, diferente. Afuera se escucha el piar de un pajarito, debe ser un pichón de zorzal y por más que miro y trato de adivinar en cual de las ramas del arbol frente a la ventana está, no consigo ver ni la sombra del nido por esa cosa que tienen los pájaros de esconderlos tan bien.
Esta mañana al oirle al pajarito me acordé del Bilbo. Lo fuimos a recoger muy lejos, al final de Quinta Normal y era un cachorrito fox terrier muy tímido que se escondía y no iba al ritmo de sus hermanos. Le acomodamos en una caja de zapatos de la Coni que tenía 7 años; apenas llenaba una esquina de la caja. Al llegar a la casa con gran dificultad y después de mucho rato pudo subir tres escalones de las gradas que iban a la buhardilla, y en la esquina del tercero se acomodó a dormir. Durante los siguientes siete años hizo lo mismo exactamente a las diez de la noche y no había terremoto que lo despertara hasta las siete treinta u ocho de la mañana; muchas veces había que empujarlo suavemente para que saliera al patio porque teníamos que irnos y el salía casi dormido.
Le encantaban las pelotas de tenis, las que cuando llegó eran más grandes que su cabeza. Podía estar todo el día lanzándolas hacia arriba para atraparlas en la caida y sin dejarlas tocar el suelo. Cuando nos veía corría con la pelota, sin parar, por todo el jardín, luego iba al patio de cemento y la lanzaba con tal precisión que caía a los pies del que andaba por ahí para que se la lanzaran lejos y el atraparla en el aire.
Una tarde me esperaba más alocado que de costumbre llamándome con sus ladridos para enseñarme un zorzalito que, seguramente, aprendiendo a volar se cayó de un árbol, lo tenía arrinconado en una esquina. Estaba como loco y cuando me acerqué no podía más de la ansiedad y sin darme tiempo a nada se lanzó contra el pichón, lo agarró en el hocico y salió corriendo por el jardín, se detuvo, enderezó las orejas, movió el pedazo de cola que tenía y lo lanzó como a cualquier pelota...
En lo que quedó de la tarde y al día siguiente la pareja de zorzales rondaban por el patio silvando más que de costumbre, seguramente buscando al zorzalito que no se recuperó del lanzamiento del Bilbo, el que además cuando se dio cuenta de lo hecho y después que sintió mi enojo, una vez que me pasó la impresión, estuvo decaido y poco activo durante toda la tarde
Una vez más no era cierto que los pájaros nunca mueren.
Esta mañana al oirle al pajarito me acordé del Bilbo. Lo fuimos a recoger muy lejos, al final de Quinta Normal y era un cachorrito fox terrier muy tímido que se escondía y no iba al ritmo de sus hermanos. Le acomodamos en una caja de zapatos de la Coni que tenía 7 años; apenas llenaba una esquina de la caja. Al llegar a la casa con gran dificultad y después de mucho rato pudo subir tres escalones de las gradas que iban a la buhardilla, y en la esquina del tercero se acomodó a dormir. Durante los siguientes siete años hizo lo mismo exactamente a las diez de la noche y no había terremoto que lo despertara hasta las siete treinta u ocho de la mañana; muchas veces había que empujarlo suavemente para que saliera al patio porque teníamos que irnos y el salía casi dormido.
Le encantaban las pelotas de tenis, las que cuando llegó eran más grandes que su cabeza. Podía estar todo el día lanzándolas hacia arriba para atraparlas en la caida y sin dejarlas tocar el suelo. Cuando nos veía corría con la pelota, sin parar, por todo el jardín, luego iba al patio de cemento y la lanzaba con tal precisión que caía a los pies del que andaba por ahí para que se la lanzaran lejos y el atraparla en el aire.
Una tarde me esperaba más alocado que de costumbre llamándome con sus ladridos para enseñarme un zorzalito que, seguramente, aprendiendo a volar se cayó de un árbol, lo tenía arrinconado en una esquina. Estaba como loco y cuando me acerqué no podía más de la ansiedad y sin darme tiempo a nada se lanzó contra el pichón, lo agarró en el hocico y salió corriendo por el jardín, se detuvo, enderezó las orejas, movió el pedazo de cola que tenía y lo lanzó como a cualquier pelota...
En lo que quedó de la tarde y al día siguiente la pareja de zorzales rondaban por el patio silvando más que de costumbre, seguramente buscando al zorzalito que no se recuperó del lanzamiento del Bilbo, el que además cuando se dio cuenta de lo hecho y después que sintió mi enojo, una vez que me pasó la impresión, estuvo decaido y poco activo durante toda la tarde
Una vez más no era cierto que los pájaros nunca mueren.
1 comentario:
ya firmé hace unos días, incluso he estado pensando poner el link del llamado por las ballena aquí en el blog
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