viernes, 28 de diciembre de 2007

de inocentes y años viejos


Ha empezado el 28 de diciembre, el día de inocentes, que no es sino el de los "santos inocentes", que según la tradición que conservan los cristianos y que se refiere al día en que Herodes mandó a matar a todos los niños menores de dos años en Judea, para de esa forma eliminar al recién nacido que llamaban "rey" de los judíos.


Los Santos Inocentes, es también el nombre de la película de Mario Camus en la que trabajó Francisco Rabal y que no tiene nada que ver con el acontecimiento antes mencionado.

En realidad el primer acontecimiento no tiene ningún significado para mí y la película sólo es un alcance. En la práctica, el 28 de diciembre es (¿o era?) sinónimo de una especie de liberación de las persona en términos lúdicos, es el día en que cualquier broma está permitida (todavía hay quienes mantienen algo de esas tradiciones), también estaba permitido el "ser otro".

El 28 de diciembre era un día esperado porque empezaba el permiso para disfrazarse y jugar a ser cualquier persona, a ese anonimato sano que buscaba la diversión del disfrazado y de quienes lo recibían. Recuerdo que se preparaban empanadas de viento, que son las empanadas fritas de queso rodeadas de un hermoso repulgado, a las que se les baña con un poco de azucar, pero algunas en lugar de condumio de queso contenían algodón para reirse un poco de los comensales. Esa era la broma más inocente de todas, porque el calibre de muchas era inmensamente superior. No sé si todavía se hacen esas cosas, a lo mejor sí.

El 28 de diciembre anuncia también el Año Viejo. Los disfraces se prolongan y el 31 se convierten en vestimenta casi obligada. La gente prepara sus "años viejos" o monigotes que representan generalmente situaciones políticas y a los políticos de turno. Se los sienta afuera de las casas con techitos que se apoyan en las verjas y se redactan "testamentos" en los que el año lega a sus viudas y deudos parabienes relativos a las cosas negativas ocurridas durante el año que termina, con el deseo que no se repitan en el año que viene. Los periódicos publican su propio testamento y en ciudades como Quito, además, se hacen concursos de años viejos que son verdaderas instalaciones sobre un escenario, cretivas, ocurridas, en las que predomina el buen humor. Es un despedirse del año con alegría y con la ilusión de que lo que vendrá será mejor.

También hace años que hago mi "año viejo" (el de la foto es el del año pasado) y entre los amigos se ha hecho tradición quemarlo a la usanza quiteña. Esta tarde/noche que han venido mis amigas, entre muchas cosas que conversamos, hemos quedado en que esta año también habrá uno. Tengo la cabeza del "viejo" del año pasado, debo hacer el cuerpo y vestirlo, lo que ya es un juego entretenido, porque además mientras se prepara el muñeco hay una especie de recorrido interno de esas cosas que deben convertirse en cenizas junto al viejo. Su confección, velorio y quemazón se constituyen en si mismas en una especie de catarsis. Supongo que ese es finalmente el sentido que tiene el hacerlo, velarlo y quemarlo.

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