miércoles, 2 de enero de 2008

volcán llaima: araucarias, conguillío y piedritas volcánicas

"araucarita ", originally uploaded by dibufoto.

empezar el 2008 con las referencias e imágenes sobre la erupción del volcán Llaima me han llevado hacia atrás, a las que fueron una de las más bonitas vacaciones que he tenido en este país. Debe haber sido uno de esos excepcionales períodos de tranquilidad y talvez por eso el recuerdo bueno.

Nos alojamos en una cabaña de la CONAF, no sé por qué ni cómo; era amplia, muy sencilla, tenia lo básico y con una chimenea que la hacía acogedora a la llegada del frío de la tarde; pero lo más significativo era estar en ese lugar bajo el volcán que para mi era algo de por si fantástico. Seguramente el vivir bajo el Pichincha, que mientras viví en Quito nunca se mostró con la bravura de hace pocos años, el cariño por el Cotopaxi que fue el volcán de la infancia, de la adolescencia, el recuerdo de las veces que fuimos al pedregal, el mirarlo desde mi ventana en Quito siempre presente, cada mañana, cada tarde, debe haberme marcado para siempre con ese querer a los volcanes.

En Conguillío estábamos en medio del bosque nativo rodeados de pequeñas lagunas. Eramos tres, Constanza era chiquitita, tenía dos años y todavía ahora siento pena que Florencia no haya podido disfrutar del lugar, pero en cambio ella aventuraba en su primer campamento scout a los siete años.

Salir a caminar en esa paz, donde no se veía gente, respirar ese aire, sentir bajo los pies tierra y a ratos esas piedrecillas de formación volcánica son recuerdos que no se van. Lo único que se podía hacer en ese lugar, aparte de sentirse en paz era leer, contemplar el paisaje sin tiempo y caminar, no hacía falta nada más, era suficiente para sentirse absolutamente feliz. Ahí comprendí lo importante que ha sido siempre el contacto con la tierra más que con la arena del mar; me convencí que si bien disfruto de la playa, el aire de montaña, de campo, de tierra, de árboles es lo que más me llena.

Ahí conocí las distintas especies de árboles nativos en el recorrido que hicimos por el volcán y lo más hermoso fue el bosque de araucarias, encontrarse con ellas con una sensación de insignificancia al estar frente a ellas con sus 900, 1000 o talvez más años erguidas, de brazos desparramados, orgullosas, con vida propia y antigua. El sentarse frente a ellas y hablarles en silencio sintiendo su respuesta añosa o rozarlas, tocarlas y sentir su vida vieja a la espera de recibir sus energías son cosas que a pesar de los años están todavía presentes.

Ahora el volcán una vez más se hace notar y escupe el fuego de sus entrañas con ese desparpajo que sólo los volcanes tienen imponiendose con un espectáculo hermoso, que llena el cielo de chispas y destellos, lo tapa de humo y deja correr la lava que un día será nuevamente ese polvo y esas piedrecillas que tienen un sonido especial cuando se las pisa, que no pesan casi nada y que resbalan livianas.


Quito en las faldas del Pichincha mirado de este a oeste
(altura de Quito 2.820 m)


Quito con el Cotopaxi al fondo mirado de norte a sur
(al centro se ve el aeropuerto y a la derecha apenas se ve el Corazón)

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