Apenas llegué me acerqué a darle el pésame y cuando aun no llegaba a ella me miró fijamente y me dijo espontáneamente "él te quería mucho". Sólo supe abrazarla por su dolor y también por lo que me dijo que me hizo recordar la figura de él pequeñita y ágil y su gesto siempre cariñoso.
Con esa frase me introduje en el silencio, por lo sorpresiva. Con él, cuyos hijo mayor es de mi edad, la relación era más bien esporádica, aunque en los últimos años nos comunicamos muchas veces telefónicamente para hablar de cosas puntuales, lo mismo más de alguna vez que pasó por mi oficina y pudimos intercambiar brevemente sobre temas generales. Lo hacía porque después que se jubiló tras una exitosa carrera, dedicó el tiempo del que disponía a ayudarle a ella en su trabajo. Pero nunca hubo una cercanía mayor, excepto que siempre fue muy cariñoso como lo era con todos.
En estos días he pensado, inmersa en el silencio, precisamente sobre los tipos de relaciones que se dan entre las personas; sobre las relaciones que generamos y lo que algunas relaciones generan en nosotros. También acerca de las amistades que en alguna curva del camino se alejan y en el reencuentro con el paso de los años con la misma intensidad y naturalidad de siempre que se traduce en una conversación continua iniciada años atrás.
He pensado en esas relaciones en las que el sentimiento nace en el día a día sin proponérnoslo, sin pensar siquiera que es posible y que un día nos sorprenden cuando los descubrimos en lo más profundo, con una mezcla de alegría inmensa y de tristeza profunda debido a las circunstancias que los rodean. Lo que me ocurrió hoy me llevó a reflexionar sobre lo mucho que llega el que alguien exprese un cariño que no tendría por qué ser y se sumó a la reflexión sobre lo doloroso que es cuando el sentimiento que hace vibrar no es recíproco.
También últimamente he pensado en esas situaciones generadas por seres seductores que se cruzan en la vida de las personas y que las envuelven, con su yo emotivo, amable, tierno e interesado y que lleva a los seducidos a desarrollar sentimientos fuertes, de los cuales los seductores no se hacen cargo pero que mientras seducen, con su yo racional hacen declaraciones de principios, libertad, independencia y no compromiso y que cuando se dan cuenta que lo racional no pudo con esa necesidad que las personas tenemos de sentirnos queridas, se justifican haciendo notar la brutal claridad con la que se expresaron mientras seducían con gestos, regalos, cariños.
A propósito de estas cosas, he recordado una vieja historia, bastante cursi y hasta repetida, pero es la que se me vino en mente en este momento y como no tengo el texto completo, dejo aquí sólo un resumen.
La historia habla de un príncipe que conquista, seduce y enamora a una muchacha de la aldea cercana al castillo donde habita. Ella no es sino una sencilla plebeya del reino. El durante un largo tiempo le busca, le ronda, le envía misivas a diario, cartas llenas de ternura, la visita en su humilde casa, pero siempre por la noche y nunca en días de guardar. Organiza encuentros con ella increiblemente apasionados en los que la mira traspasándola y que hacen que ella descubra lo que nunca ha vivido.
A la damicela en cuestión no le inquieta que esos encuentros sean en su casa o en refugio que tiene el príncipe, ni tampoco que nunca sean en público; jamás conoce en ese tiempo a los que a él le rodean, seguramente por eso que los príncipes deben llevar vidas secretas y no deben hacer evidentes sus relaciones para mantener la estabilidad del reino. Al príncipe le corresponde mantener la credibilidad porque está empeñado en que al interior de sus territorios sus súbditos tengan relaciones cordiales.
Ella se deja seducir con las palabras de su príncipe que le dice que es su alma gemela, su mejor amiga, su cómplice, su confidente, pero nunca puede conocer a quienes le rodean, ni siquiera a sus lacayos, tampoco sale en carroza con ella ni la lleva a los lugares donde los príncipes van a comer, como lo hacen con las damas de la corte. Ella piensa que todo eso es natural, ella solo es una plebeya y no aspira a nada que no sea el amor de él, que él la ame y la respete y se sienta orgulloso de ella.
Pero un día, la muchacha se percata que el príncipe, de la noche a la mañana empieza alejarse y repentinamente se le acercan las brujas del pueblo y le cuentan a ella historias de traiciones, de dobles vidas, las que empieza a creer desde su ingenua simpleza. Entonces ella piensa, por la abnegación que el le demuestra, que es la elegida en el reino del príncipe amado y que el ha cometido deslices y por eso son sus repentinas ausencias; ella cree que él está seduciendo a otra mujer.
Sin embargo en algún momento la muchacha toma consciencia de que es a ella a quien el principe oculta porque es sólo una plebeya y comienza a pensar que lo que las brujas le decían podría ser verdad y que el príncipe sólo se rodea de reinas y princesas que le aseguren la continuidad del reino y las buenas relaciones con reyes y príncipes de otros reinos.
Entonces ella empieza a creer que el príncipe tiene una relación con una princesa de la corte a la que lleva en sus viajes por sus otras tierras y que mientras la seducía el mantuvo esa relación aceptada por el reino aunque el él la niega aduciendo su falta de tiempo por las guerras de conquista, su incapacidad para amar porque los príncipes no sienten, las heridas de guerra y tortuosos amores pasados en los que pesan las culpas y le aclara que lo que ella cree es una relación con una princesa es sólo una amistad normal entre príncipes de la misma corte.
La muchacha plebeya se sume en la tristeza y busca la manera de alejarse del príncipe porque sabe que el ni siquiera va a notar su ausencia y un día se arma de valentía y corre hacia el castillo, arriesgándose a caer en el foso que lo rodea y a ser devorada por los cocodrilos o a ser atacada por el dragón que lo custodia.
Ella grita para que le escuche el príncipe, que se ha encerrado presa de una crisis como las que les da a muchos príncipes y está concentrado buscando la manera de salvar su reino, en medio de la angustia y la soledad. Ella, que siente que debe acompañarle y ser su apoyo en los momentos difíciles, le declara a gritos su amor y le envía con palomas mensajeras misivas en las que le dice que le ama y le necesita, ingenuamente cree que eso le va a acercar a él.
El sin perder la calma y con tono triste, sale a una terraza del castillo y le dice a la damicela con mucha frialdad y casi brutalmente que ella debe entenderlo, que no le ama y que si Dios le diera a elegir un último deseo, el lo único que pediría sería estar con ese tortuoso y viejo amor, la princesa Marietta, la que nunca le perdonó algún desliz, la que casi le clavó una daga en el pecho y trató de arrebatarle casi todo el reino y la que, con sus intrigas, generó temor e inseguridad en la damicela plebeya.
Al escuchar estas palabra más dolorosas que el estoque más afilado, más demoledoras que todos los ejércitos del reino, la muchacha plebeya se siente morir, se da cuenta que su amor no tiene ningún sentido, no entiende por qué el príncipe le sedujo, la enamoró y le trató como a princesa.
Siente vergüenza, injustificada, de sí misma, también de haberse acercado al castillo para ofrecer de esa manera su amor inutil y su compañía al angustiado príncipe y también rabia por haber sido tan ingenua; llora por sentir amor hacia un príncipe que, piensa ella, seguramente esta comprometido con una princesa y que gusta rodearse de ellas y que además añora estar con la más cruel, la que clava dagas; entonces trata de arrancarse ese amor que no le sirve, del pecho; sale corriendo queriendo perderlo en el camino, con suerte esquiva el foso y cruza los campos que rodean el castillo, se pierde en el bosque contiguo y no logra salir de él sino hasta el día siguiente cuando está ya casi oscuro, entonces con una paloma mensajera le envía una misiva de despedida al príncipe diciéndole que ella se aleja para no ser estorbo en su camino.
Mientras tanto la muchacha plebeya, con el corazón desgarrado y herido, llora por su amor perdido, ese que que nunca fue y siente el ardor de las quemaduras causadas por las llamas del dragón que custodia el castillo y entonces, buscando la libertad y el olvido se lanza al río.
2 comentarios:
Este es un tema que anda dando vueltas por mi cabeza...
Las relaciones...
las personas que pasan
por nuestra vida
que en algún momento compartieron mucho con nosotros
algunas siguen ahí
otras ya ni las vemos
las de toda la vida
las de la infancia
las que van mutando por la distancia
las que cruzamos un día
y no volvemos a ver
las que no conocemos en persona
pero de alguna manera sentimos una gran conexión
y tantas más...
Las de princesas y dragones...
será mi alma soñadora
infantil
alguna vez también
me sentí en el cuerpo de esa princesa...
besos
Entre sueños de princesa, ante los dragones y de la mano de aquélla paloma mensajera... sigue la espera.
Pero ¿no es acaso el amor... quien marca la pauta de nuestras esperas de vida? cual sueño que se alimenta de realidades...
Gracias por dialogar con mi corazón.
Un fuerte abrazo, Mariana.
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