Hará cosa de un año supe de don Raúl. En la esquina está el taller de bicicletas de don Ricardo y es el mismo barrio del persa. Su taller está en una de las pocas casas con antejardín adornado de geranios. Este es de esos barrios donde las casas de un solo piso y fachada a la calle son de color smog-gris.
Con gorro de lana, ojos brillantes y sonrisa grande desborda alegría y cuenta con picardía como, aunque le lleven el modelo el siempre pone de su cosecha y muestra orgulloso el adorno lleno de curvas para un portón que ya entregó. Tiene más de setenta años y cincuenta y ocho forjando el hierro y no sólo portones y adornos, sino también obras de escultores que le llevan la maqueta.
Raúl Caviedes sabe bien como arde -por dentro- el estómago cuando saltan los pedazos incandescentes y como con y a pesar de la máscara, los ojos sufren con los destellos.
Lo suyo lo aprendió en la antigua Escuela de Artes y Oficios y mientras conversa, martilla un farol grande que será colgado en una inmensa glorieta que hizo para una casa de campo. Al contar los detalles, busca el martillo de punta angosta, perdido entre muchos martillos que se confunden con punzones y fierros y golpea con fuerza en la lata con riendose con picardía porque eso enoja a las vecinas.
Qué ganas de no salir de ahí con tanta fuerza y vitalidad, mirando-aprendiendo como la varilla o el tubo adquiere forma con olor a soldadura y a metal caliente, pero él pide que lo dejen sólo que se le hace tarde para entregar la obra.
Entre golpe y golpe, la bulla del agitado barrio se había perdido…
Con gorro de lana, ojos brillantes y sonrisa grande desborda alegría y cuenta con picardía como, aunque le lleven el modelo el siempre pone de su cosecha y muestra orgulloso el adorno lleno de curvas para un portón que ya entregó. Tiene más de setenta años y cincuenta y ocho forjando el hierro y no sólo portones y adornos, sino también obras de escultores que le llevan la maqueta.
Raúl Caviedes sabe bien como arde -por dentro- el estómago cuando saltan los pedazos incandescentes y como con y a pesar de la máscara, los ojos sufren con los destellos.
Lo suyo lo aprendió en la antigua Escuela de Artes y Oficios y mientras conversa, martilla un farol grande que será colgado en una inmensa glorieta que hizo para una casa de campo. Al contar los detalles, busca el martillo de punta angosta, perdido entre muchos martillos que se confunden con punzones y fierros y golpea con fuerza en la lata con riendose con picardía porque eso enoja a las vecinas.
Qué ganas de no salir de ahí con tanta fuerza y vitalidad, mirando-aprendiendo como la varilla o el tubo adquiere forma con olor a soldadura y a metal caliente, pero él pide que lo dejen sólo que se le hace tarde para entregar la obra.
Entre golpe y golpe, la bulla del agitado barrio se había perdido…
No hay comentarios:
Publicar un comentario