La muerte de Marcel Marceau, el gran mimo francés, a los 84 años, se ha llevado un pedazo de algo muy íntimo. Venía de una familia judía de origen polaco. Su padre murió en Auschwitz. Conoció los horrores y los dolores de la guerra. Pronto entró a la resistencia, contra los nazis.
La gente que lo admiraba ha dejado sobre su tumba, el viejo sombrero alto y la flor roja, que acompañó a su personaje “Bip”, salido de su infancia y de su admiración por Charles Chaplin, ese personaje lunar, sensible, espontáneo, tierno y sabio. “Un Don Quijote de la era moderna, solo, en un mundo frágil lleno de injusticia y belleza” En una entrevista de hace 10 años le preguntaron si había conocido personalmente a Charles Chaplin.
“Me encontré con Chaplin en 1967, cuando debía filmar Barbarella con Roger Vadim..Yo tenía 40 años y él 78 y desgraciadamente ya no se le podía reconocer. Nadie se había dado cuenta de su presencia en el Aereopuerto de Orly. Yo estaba con mi nieto y él me dice: “Mira, Charlot te está mirando” “Déjate de historias, por qué se interesaría en mi” El estaba con sus nietos. En efecto me miraba. Estaba a unos 100 metros. Entonces fui a su encuentro. Fue memorable, extraordinario. Antes de partir tomé su mano y la apreté, y cuando yo besé su mano, con toda mi alma… pude ver unas lágrimas sobre su rostro. El también tuvo una gran emoción”
Era un pequeño teatro, aquí en Quito, donde un grupo de niños, discutía sobre sus Derechos. Era una época parecida a la de hoy, donde los apocalípticos decían , que tantos derechos volverían a los niños revoltosos.
Alguien, entonces, dijo, que había conseguido que Marcel Marceau, que se presentaba, esa tarde en el Teatro Sucre, viniera a conversar con esos niños. “Déjate de historias”, me dije.. En mis épocas de estudiante había visto algunas películas, en blanco y negro, de Marceau, y desde entonces, sentía una extraña fascinación. Durante años me pregunté, cómo era posible, que sin una sola palabra, el espacio se pudiera llenar de todo lo invisible, solo por sus gestos, sus ojos, y ese rostro pintado de blanco.
Entró entonces Marcel Marceau, y subió al pequeño escenario, “qué viejo está” me dije. Alguna persona importante le presentó y preguntó, si alguien podría traducir. Levanté la mano y me hicieron pasar. “Apenas me acuerdo lo que les dijo a los niños y lo que ellos le preguntaban”.
Nunca hagas hablar a un mimo. No se detendrá”, dijo alguna vez. Lo que no olvidaré jamás, es que comenzó a mover las manos y los niños gritaron, son mariposas. Y seguramente el espacio se llenó de las mismas mariposas amarillas, que invaden los Cien años de soledad, y que todavía vuelan en mi memoria.
Volví a ver a los personajes de Jardín Público, la señora que tejía y los niños que jugaban a la pelota.
Estaba tan cerca, un paso atrás de Marcel Marceau, que tuve la sensación de que su viejo cuerpo flotaba, que caminaba contra el viento y al mismo tiempo, de lo pesado que eran mis pobres huesos. Cuando se despidió, me agradeció por la traducción y me dio un gran abrazo.
Entonces entendí, lo que preguntó en alguna ocasión: ¿acaso los momentos más conmovedores de nuestra vida no nos encuentran sin palabras ? "
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