algo imposible de obviar cuando se concurre a una reunión o acto en el Auditorio Raúl Prebisch de la CEPAL no es el tono internacional de las reuniones, ni el carácter regional de las mismas; tampoco tiene que ver con quienes asisten a ellas sino más bien con algo muy propio y característico que siempre llama la atención y que me daba motivos para hacer un comentario, pero al no tener la herramienta a mano no sabía como graficarlo y lo iba dejando de lado.
Hace poco fui testigo de un hecho puntual a la salida de una reunión. Un auto circulaba por la vía que ronda la laguna de acceso enfilando hacia la salida y tuvo que parar en seco. Intempestivamente frente a él se desplegó un precioso abanico tornasol lleno de ojos que se instaló sordo e indiferente a los sonidos de bocina y a los aspavientos del conductor. Esto duró hasta que llegó uno de los guardias a ahuyentarlo y así todo casi sin ganas tardó en moverse y cuando lo hizo fue con pesadez bajando lentamente la cola.
Durante cualquier reunión en el auditorio, mas o menos cada diez minutos o talvez menos, se escucha un sonido mezcla de maullido con graznido; al ponerle atención es más bien lo segundo y es el matiz de toda reunión. A veces un poco más lejano y otras como si estuviera ahi mismo, adentro. Al rato no se le hace caso a menos que el calor reinante pese, lo expuesto sea lento o se alargue. Eso sí, siempre inquieta, o por lo menos a mi me pasa que se me vienen unas irrefrenables ganas de salir a observar al origen del ruido.
Y finalmente esa tarde estaba ahí haciendo aspavientos, mostrándose abierto y en todo su esplendor. Entonces saqué la cámara a la carrera mientras corría tras el, que se retiraba molesto por que no le dejaban desplegarse en la mitad de la calle, para encaramarse en un pilote de cemento sobre el cesped que le servía de trono... el resultado fue este:
Es precioso y sonoro este pavo real y me recuerda a la pequeña pavita real que, un día, hace ya tanto tiempo, apareció una mañana encaramada en el pino del patio de la casa de Quito. Recorrimos todo el barrio y nadie la conocía ni reclamaba y entre perros, palomas, gallinas esporádicass, tórtolas cotidianas, gorriones y mirlos pasó a ser una habitante más de la casa durante mucho tiempo hasta que un día, así como llegó desapareció. No molestaba, tampoco era tan vistosa porque las pavas son de color pardo y no tienen cola real, eso sí era compañera, siempre estaba en el pino al cual nos encaramábamos porque teníamos arriba un refugio entablado y no le importaba, no graznaba (¿o sí? no lo recuerdo) y de vez en cuando dejaba un huevo. Era la pava más linda, entre más de alguna pava típica, que tuvo nuestra casa.
2 comentarios:
Me ha ido bien que te equivocaras, porqué así he tenido la oportunidad de entrar y poder apreciar tus ideas en borrador!!...
Me ha gustado como te expresas y el sentimiento y la sensibilidad que hay en lo que escribes.
Un abrazo desde Barcelona.
Que ave mas linda se le perdona todo su presencia es un regalo a la vista.
Saludos
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